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la persona rebasa las expectativas

Desde antes de iniciar el ciclo escolar, una de las compañeras directoras de la zona escolar a la que pertenece la escuela Helen Keller canalizó a una pequeña sorda -por lo tanto, muda- y que tiene baja visión. Le pedí que se acercara la mamá a la escuela y con gusto retomaríamos el caso. Tres semanas antes de vacaciones de Semana Santa, la mamá se presentó.

Valentina -es el nombre de la niña- tiene ocho años. Desde los tres, el doctor descubrió que no escuchaba; por lo tanto, no hablaba oralmente.

Le hicieron estudios y encontraron que tiene sordera bilateral profunda; la enviaron al centro médico y le pusieron un implante coclear, intentando que pudiera escuchar algo. Sólo le pusieron el del oído derecho; le dijeron que de esa manera otro pequeño tendría la oportunidad de acceder al otro.

La mamá sabía que tenía baja visión, pero sin ningún diagnóstico, por lo que le pedimos fuera a la oftalmóloga que atiende a los niños de la escuela. El diagnóstico de la doctora es que Valentina tiene Síndrome de Usher, lo que genera sordera y retinosis pigmentaria (pérdida paulatina de la visión, sobre todo periférica, problemas para adaptarse a la obscuridad y fotofobia; el pronóstico de conservar la visión es reservado); en algunas personas hay falta de equilibrio. La médico recetó a la estudiante lentes con filtro rojo para evitar la fotofobia, uso del bastón para caminar con seguridad y que se vaya introduciendo el Braille, para cuando lo requiera.

Uno de los afanes de la mamá es que Valentina pueda hablar de forma oral. A mí me impresiona mucho que los pequeños que son sordos y les ponen implantes cocleares tienen que aprender a escuchar, pues no pueden discriminar los sonidos.

Poco a poco hay que darles terapia de lenguaje especializada para que logren lo que puedan. En el caso de Valentina, ha recibido este tipo de terapia de manera no constante, así que no lo ha logrado hasta el momento. Yo no dudo, le dije a la señora, que algún día pueda hablar. ¡Si lo logró Helen Keller hace más de un siglo! Pero Valentina necesita más que hablar oralmente. Nosotros consideramos que es importante aprenda a hablar, pero hay cosas más relevantes: que siga socializando, que aprenda a leer y escribir, matemáticas, lengua de señas mexicanas, para que pueda comunicarse de manera más fluida con otras personas, no solo con las señas que han establecido en su familia. En fin, todo lo que la escuela puede favorecer en su desarrollo integral y en su inclusión a la sociedad.

Confieso que con mucho temor aceptamos a Valentina, pues no nos sentimos capacitados del todo para su condición. Entró a primero y segundo de primaria; su maestra, Estephania, me decía: “Elvia, no sé qué hacer, sólo sé lo básico de lengua de señas mexicana”. Yo le dije: “Sí, Estephy, todos vamos a aprender. ¿Te imaginas el bien que le podemos hacer a Valentina y a su familia? ¡Vamos lanzándonos!

Casi todos nuestros niños son ciegos, unos pocos ven algo, pero ella no escucha… Decidimos que era momento de hacer una dinámica de sensibilización con nuestros niños de preescolar a primaria para preparar la llegada de nuestra nueva alumna. Pedimos que cada uno llevara un calcetín limpio y a partir de ahí trabajamos que todos somos diferentes y que, igualmente con nuestras diferencias, seguimos siendo personas y somos importantes, capaces de amar, sentir, pensar, hacer amigos, crear, trabajar etc.

Hicimos caer en la cuenta de que en la escuela todos los alumnos no ven o ven poquito y que ambién tres profesores, y hay otras personitas que tiene otras condiciones, no pueden caminar; como Gaby que está en quinto. Y ahora recibiremos a Valentina, que no escucha y ve algo, así que tendremos que aprender a comunicarnos con ella a través de señas; que hemos de hacer el esfuerzo para entenderla y que nos entienda. Los niños son muy acogedores; creo que los pequeños tienen una sabiduría propia y que son a veces hasta más capaces que los adultos de buscar formas nuevas y simples de adaptarse a circunstancias.

Solicitamos a la mamá que viniera con la niña la primera semana. El primer día así fue; queríamos se quedara a comer, pero ambas ya estaban cansadas. Creo que estaba más nerviosa Cecy, la mamá. Al día siguiente llegó Valentina y le dijo a su mamá con las manitas que se fuera y ella corrió a su salón. Empezó a quedarse sin problema en el comedor; incluso por la tarde a talleres. Ella siendo más pequeña tomó natación; así que sin problema. En la clase de musicografía (música en Braille) la maestra le pone su manita en la garganta y siente las vibraciones de las notas y las escribe en negro; los demás en Braille.

Valentina es una pequeña muy adaptable; se da a entender con gestos, movimientos, señas; pronuncia “mamá”, “papá”, “pipi” y otras palabras simples. Su maestra le va enseñando lengua de señas, va relacionando la grafía de algunas letras con las seña y las escribe. En la otra escuela solo la tenían copiando, pero no comprendía nada. Sabe contar y va con el material haciendo sumas y restas; por supuesto se relaciona con su forma muy particular con sus compañeritos y viceversa. Ya se va en el camioncito sola, su mamá la recoge cerca de su casa.

Valentina, nos ha hecho movernos a todos de lo que ya sabemos y aplicamos con los niños; es una chiquilla encantadora, se da a entender y te puede entender si haces la lucha.

Es muy divertida y se mueve con mucha soltura. Gracias a Dios, no tiene problema de equilibrio. Descubrimos que es muy inteligente, con mucho deseo de aprender cualquier cosa. Nunca, hasta el momento, ha hecho un berrinche y, por supuesto, defiende sus derechos; lo cual me encanta.

Valentina me hace experimentar la grandeza del Señor en el ser humano, que puede llegar más allá de lo esperado, que puede crecer con lo que tiene y realizar un proyecto de vida. Las personas somos imagen de Dios y no es sólo la narración del Génesis, es una realidad.

Elvia Gerra, ODN

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